Soy de las que se toma su tiempo
para todo.
No empiezo hasta que vuelve
la inspiración
como si tuviera que encenderse algo
muy adentro.
Tengo un millón de cosas por hacer
un portafolio esperando,
las redes, el canal en pausa,
la casa, los hijos,
las mascotas,
los libros sin terminar,
como heridas a medio sanar.
Y las amistades…
las he dejado a un lado,
no por olvido
sino por esa especie de enfoque ciego
que me atrapa
cuando siento que todo me reclama.
Sólo pensar en todo eso se
me hace puchero la cabeza,
como si el mundo se fuera a acabar
y yo ni siquiera he empezado.
Una ansiedad me corre el cuerpo,
me aprieta el pecho,
me susurra:
“¡Corre, hace, no pares!”
Y yo, quieta.
Congelada en pensamientos.
Ni siquiera camino,
aunque debería.
Aunque lo necesito.
Mi cuerpo me lo pide,
mi salud me lo grita.
Tuve una recaída con la comida,
me perdí un rato,
pero ahora,
vuelvo con pasos suaves
a lo natural,
a lo que me cuida
sin exigirme.
… De pronto, pienso
A mitad de año,
entro en los 49 años.
Un año más
y los 50,
que veía tan lejos,
me esperan a la vuelta.
Y aunque el vértigo a veces me gana,
aún tengo ganas.
De hacer, de ser,
pero a mi modo,
a mi tiempo.
Porque no soy de correr,
soy de florecer
cuando vuelve
la inspiración.
Allison Panizza
06/05/2025
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