Gracias por estar,
por ser abrigo en la sombra,
por ser presencia en el silencio.
Te lo agradezco con el alma cansada.
Pero hay noches en que tu aliento
se vuelve vendaval sobre mi calma,
y ese vaivén,
ese leve roce de tu cuerpo,
me arrastra lejos del sueño
que nunca llega.
Tu respiración,
tan cerca,
se clava como aguja en mi oído,
me sacude el pecho,
despierta un corazón que sólo pide descanso.
Antes del abismo del sueño
mi cuerpo tiembla,
la mente corre,
la taquicardia late como un tambor de guerra.
Y me quedo ahí,
en vela,
con el alma entre los huesos doloridos,
sin rincón donde huir,
sin postura que consuele.
Tu respirar se vuelve peso,
el aire, cárcel,
y yo, prisionera del insomnio.
Las mañanas me encuentran vencida,
el día me muerde la espalda,
la fatiga se adueña de mí
como sombra que no cede.
Gracias por estar,
pero no así…
No con el aliento que me despierta,
no con el ritmo que me sacude.
Solo pido un respiro,
una noche de tregua,
un rincón de paz donde caer y olvidar.
Porque así,
así no hay descanso.
Y sin descanso,
no hay vida.
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