
Soy Allison Panizza, nací en 1976.A los 2 años me voy con mi madre a Sarandi del Yí (tierra de poetas).La mayor parte de mi niñez y adolescencia la he pasado en mi burbuja, soñando y escribiendo. Soy madre de dos hijos maravillosos, son mi orgullo. Comienzo a escribir de muy temprana edad, prosas, poesías, canciones y novela, es mi pasión, lo tomo como un don maravilloso que Dios me otorgo. Expresar lo que uno siente, a través de la pluma, plasmar el sentimiento hacia la naturaleza y el amor.
domingo, 7 de septiembre de 2025
Todavía hay luz
viernes, 6 de junio de 2025
El arte lunar de mantenerse entero
Lidiar con personas que no razonan, no escuchan, que pisotean las emociones ajenas con la torpeza del ego inflado,
puede ser una prueba especialmente dura para alguien nacido bajo el signo de Cáncer.
Este ser lunar no solo siente: habita el sentir.
No solo recuerda: revive.
Su memoria emocional es una marea antigua que lo recorre por dentro como un canto de abuelas olvidadas.
El cangrejo absorbe.
Y cuando la vida lo enfrenta a la necedad emocional, no es un simple roce del día:
es una batalla entre su instinto de nutrir y su necesidad de protegerse.
Porque incluso cuando el otro no lo merece, su alma generosa quiere comprender.
Y eso... lo desgasta.
Pero el cangrejo tiene un secreto: su coraza no es cobardía, es sabiduría.
Por fuera puede parecer melancólico, pero por dentro late una voluntad que ha cruzado océanos sin romperse.
Su espíritu es antiguo, salvaje, ancestral.
Tratar con idiotas, para él, es más que un reto mental:
es un ejercicio espiritual.
Porque el idiota no es simplemente quien ignora,
sino quien desprecia la empatía,
quien exige explicaciones sin querer entenderlas,
quien hiere con ligereza y luego se refugia en la burla.
Para el cangrejo, ellos representan una amenaza a su esencia...
pero también, un maestro disfrazado.
Y entonces, aprende.
A poner límites sin culpas.
A decir “no” sin explicarse.
A elegir el silencio como espada.
Porque no todo merece energía.
Porque hay lugares donde su alma no tiene que entrar.
Y eso no es crueldad: es autocuidado.
El cangrejo tiene una verdad que no necesita gritar.
Una emoción que no se discute: se siente.
Y cuando habla desde allí, desarma.
A veces, la mejor respuesta es una sonrisa sutil,
una frase ambigua,
una retirada elegante que pesa más que mil discusiones.
Tratar con idiotas agota, sí.
Pero también fortalece.
Cada decepción es un ladrillo en su castillo interior.
Cada herida se convierte en canción de poder.
Porque el cangrejo no se vuelve piedra:
se vuelve río que elige por dónde fluir.
Su sensibilidad no es debilidad:
es brújula.
Y cuando se reconoce a sí mismo,
cuando se nombra con la voz temblorosa de quien ha sanado a solas,
no hay estupidez ajena que lo apague.
Su alma, profunda y silente,
solo la entienden quienes también han aprendido
a habitar el abismo sin perder la luz.
Allison Panizza
06/06/2025
jueves, 15 de mayo de 2025
110 años de amor sembrado. En homenaje a mi abuela, nacida un 15 de mayo de 1915
Hoy, 15 de mayo, hace ciento diez años, nacía mi abuela.
Una mujer valiente, fuerte como el roble y dulce como la
tarde después del verano.
Pilar de esta familia, sostén de trece hijos,
todos criados con respeto, con valores, con firmeza de
madre que no temblaba.
Después de su partida en 1995, la casa ya no sonó igual.
El silencio se hizo otro, y la risa tuvo que acostumbrarse
a su ausencia.
Pero su presencia quedó sembrada en los rincones,
como el aroma de sus tortelines,
que jamás nadie supo repetir —porque nunca dio la receta,
como si fuera su secreto de amor, sellado para siempre.
Viví con ella. No sé si fui su nieta favorita,
pero era la que estaba ahí, su sombra chiquita, su cómplice
de juegos.
Cuando ella se iba de viaje, se me encogía el alma.
Corría a lo de Doña Elvira,
porque el mundo sin mi abuela me quedaba grande.
De noche, tras el informativo,
jugábamos a la conga, al chorizo, a la escoba de 15,
hojas y hojas con puntos, risas, carreras.
Ella, entre una risa y otra, tejía nuestras memorias.
No era amante de la cocina,
pero ¡ay, esos tortelines!
Nunca los probé igual ni en casa de mis tías.
Eran el sabor de su abrazo,
la receta que no dejó escrita y que vive en mi recuerdo.
Todos la respetábamos.
Era palabra mayor.
Los bisnietos la veían y enderezaban la espalda.
Un simple "shhh" suyo bastaba para poner orden.
Y si un gurí hacía lío, lloraba como si el mundo se le
viniera encima.
Nadie, jamás, le faltó el respeto.
No era muy de salir.
Su mundo era su casa, su aguja de crochet,
las mantas que aún conservo como reliquias vivas.
Adela, su amiga, venía y entre mates de te con yuyos y
silencio,
tejían milagros con hilos.
Prendas que hoy abrigan más que el frío: abrigan el alma.
Hoy, si estuviera viva, soplaría 110 velitas.
No las hay suficientes para celebrar su luz.
Porque mi abuela no se fue,
mi abuela se quedó en los juegos, en las mantas,
en la receta perdida de los tortelines,
en el respeto que enseñó sin gritar,
en la risa que tejía entre punto y punto.
Hoy no lloro su ausencia, celebro su existencia.
Porque una vida así no se apaga.
Solo cambia de forma.
Y desde alguna estrella, seguro,
ella hoy también sonríe…
mientras vuelve a jugar a la escoba de 15 con los hijos que
hoy la acompañan.
Allison Panizza
15/05/2025