Hoy, 15 de mayo, hace ciento diez años, nacía mi abuela.
Una mujer valiente, fuerte como el roble y dulce como la
tarde después del verano.
Pilar de esta familia, sostén de trece hijos,
todos criados con respeto, con valores, con firmeza de
madre que no temblaba.
Después de su partida en 1995, la casa ya no sonó igual.
El silencio se hizo otro, y la risa tuvo que acostumbrarse
a su ausencia.
Pero su presencia quedó sembrada en los rincones,
como el aroma de sus tortelines,
que jamás nadie supo repetir —porque nunca dio la receta,
como si fuera su secreto de amor, sellado para siempre.
Viví con ella. No sé si fui su nieta favorita,
pero era la que estaba ahí, su sombra chiquita, su cómplice
de juegos.
Cuando ella se iba de viaje, se me encogía el alma.
Corría a lo de Doña Elvira,
porque el mundo sin mi abuela me quedaba grande.
De noche, tras el informativo,
jugábamos a la conga, al chorizo, a la escoba de 15,
hojas y hojas con puntos, risas, carreras.
Ella, entre una risa y otra, tejía nuestras memorias.
No era amante de la cocina,
pero ¡ay, esos tortelines!
Nunca los probé igual ni en casa de mis tías.
Eran el sabor de su abrazo,
la receta que no dejó escrita y que vive en mi recuerdo.
Todos la respetábamos.
Era palabra mayor.
Los bisnietos la veían y enderezaban la espalda.
Un simple "shhh" suyo bastaba para poner orden.
Y si un gurí hacía lío, lloraba como si el mundo se le
viniera encima.
Nadie, jamás, le faltó el respeto.
No era muy de salir.
Su mundo era su casa, su aguja de crochet,
las mantas que aún conservo como reliquias vivas.
Adela, su amiga, venía y entre mates de te con yuyos y
silencio,
tejían milagros con hilos.
Prendas que hoy abrigan más que el frío: abrigan el alma.
Hoy, si estuviera viva, soplaría 110 velitas.
No las hay suficientes para celebrar su luz.
Porque mi abuela no se fue,
mi abuela se quedó en los juegos, en las mantas,
en la receta perdida de los tortelines,
en el respeto que enseñó sin gritar,
en la risa que tejía entre punto y punto.
Hoy no lloro su ausencia, celebro su existencia.
Porque una vida así no se apaga.
Solo cambia de forma.
Y desde alguna estrella, seguro,
ella hoy también sonríe…
mientras vuelve a jugar a la escoba de 15 con los hijos que
hoy la acompañan.
Allison Panizza
15/05/2025
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